Citar como un acto de honestidad intelectual

Cuando se escribe, cuando se habla, citar más que un acto de vanidad, lo es de civilidad. Se trata ante todo de una abierta manifestación de honestidad intelectual y, por lo mismo, es un acto de lucidez; sólo un demente creería estar en condiciones de decir que sabe todo lo que dice por sí mismo. Si esto fuera verdad ni siquiera podría comunicarlo a alguien más. Los hombres originales han muerto y hemos olvidado sus nombres. Quizá fue lo mejor, nadie puede tener certeza alguna al hacerles algún reproche. Tan sólo plantearlo suena inútil. Descansan honorablemente en lugares lejos de nuestra memoria con formas menos precisas que las de los fantasmas.

Recordamos aquel lugar común que suele argumentar que “todo ser humano es digno de todas las palabras y las ideas; todas son nuestras, ninguna es de alguien” (por respeto al intelecto del autor de esta frase memorable, no se citará su nombre) . La primera sentencia es una perogrullada, al igual que la segunda. Habría que apuntar que ser digno no quiere decir que de hecho, se posean. En vano podríamos esforzarnos en enlistar a todas aquellas lenguas que generaron una escritura que no podremos poseer por más dignos que seamos. Existe gente que dedica esfuerzos encomiables para hacerlo, pero en general, una vida humana no alcanza para descifrar una escritura o una lengua muerta.
No hay pues en el acto de citar un reconocimiento de pertenencia, ni mucho menos se refrenda un acto de “propiedad” del conocimiento. Nada de eso. Es factible que todos los hombres puedan llegar a todas las ideas, eso no es algo descabellado, pero llegar a ellas con las mismas palabras y erratas si que es bastante improbable. La razón es simple y reside, a grosso modo, en el hecho de que el lenguaje es resultado y expresión de la estructuración del pensamiento de un determinado cerebro, es decir, es la manifestación de un individuo; recordemos que quizá no hay nada más dinámico que el lenguaje (son tan efímeras sus convencionalismos dados en volátiles acuerdos sociales) que no hay mejor forma de sumergirse en una determinada época que mediante lo que alguien haya escrito en ella. Siempre es un reto entender algún texto de tiempos remotos aun se haya escrito en la misma lengua. Borges escribió que leer un libro antiguo es leer el tiempo que ha pasado desde que se escribió hasta el presente. Porque la escritura fija en el tiempo las palabras; en cierta forma las mata (recuerdése el horror y el contínuo rechazo de Socrátes hacia la palabra escrita) o más bien, las encierra, porque en cada lectura también se liberan de formas inusitadas. Citar es también ser atento con el lector puesto que comparte sus lecturas hechas. Es decir, el que cita otorga las lecturas que quien escribe ha realizado. Quién no lo hace, aparte de egoísta, plagia y miente. Hace pasar por suyo lo que escribió otro.
Baste agregar que al citar sólo se reconoce que alguien ya dijo algo antes. Quien lo hace así, simplemente reconoce que eso que cita no lo escribió él. Eso es todo. Se cita al individuo que seguramente lo recibió de alguien más y este a su vez de otros y así hasta el remoto tiempo mitológico de los hombres originales.

Comentarios

  1. Citar como acto de honestidad intelectual.

    Impagable el título de tu post. Y todo el contenido, claro. Nada más triste (y enojoso para mí) que ver/escuchar frases, letras, de otros, sin que se le dé el crédito respectivo al autor. En twitter me he encontrado cada plagio.

    Saludos

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  2. También en twitter he visto recientemente como muchos confunden citar con respetar derechos de autor, lamentable y ridículo. Gracias por el comentario.
    Saludos.

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