No hagas cosas buenas que te sacarán los ojos. Segunda Parte.

La frase que da nombre a una entrada de este blog por segunda vez, no augura un buen destino a aquellos a quienes se les aplique, sin embargo, las historias a las que podría servir de moraleja, son muchas. Enumerarlas, aparte de tedioso y aburrido, es imposible; así que es mejor olvidar ese detalle. Es mejor recordar, como todo el mundo sabe que cuando se desea ejemplificar una situación en la historia que ha pasado más de una vez, se puede hablar de la que sucedió en tiempos del Imperio Romano. Seguramente será de las más interesantes y de los mas bellamente ejecutadas. Como decía Marx, quien a su vez recordaba a Hegel, los momentos de gran importancia en la historia ocurren primero como un drama y después... como una farsa. De ahí que me atreva a pensar que estos actos degenerán cuantas más veces se repitan en el tiempo. Es por eso del descontento y asco vomitivo in crescendo hacia las absurdas pantomimas de los guiñapos políticos de nuestros días, pero eso es otro tema. Sabemos que la historia romana no fue la primera, pero también sabemos que nadie recuerda como fue la primera, todos los hombres originales han muerto y hemos olvidado sus nombres. Ahora descansan en paz en la eternidad y no se revuelcan en sus tumbas, como es meritorio a los hombres justos. No así los muchos romanos de los cuales conservamos sus registros, asi que es mejor fiarse de ellos que recordar recientes patetismos, aparte de que las noticias de actualidad están sobrevaloradas y personalmente pienso que es de mal gusto preocuparse en demasía por ellas.
Quisiera entonces relatar de forma breve uno de los momentos más conmovedores y patéticos de la República Romana, lo cual no es poco decir. Durante los años entre la segunda y la tercera guerra púnicas y así como los años posteriores a ellas, una de las familias patricias más renombradas y con más poder en Roma, fue la de los Graco. Uno de sus miembros, Tiberio Graco padre, fue un militar romano que luchó contra los cartaginenses durante las primeras guerras púnicas, en las cuales forjó para sí una un lugar bastante respetado dentro de las esferas del poder romanas. Su hijo primogénito Tiberio Sempronio Graco, de alguna forma siempre vivió a la sombra de los actos heroicos de su padre. Él participaría en la tercera guerra púnica, que implicó la destrucción de Cartago, con la simbólica
siembra de sal en sus campos. Se dice que en el asalto final fue el primero en escalar sus murallas, aunque no sabemos si esto no es más que un rumor si nos parece mostrar la imagen de un hombre deseoso de heroismo. Después participaría como cuestor en las campañas romanas en Numancia, en la llamada Tercera Guerra Celtíbera, de lo que fueron las guerras de conquista romana de lo que seria Hispania, a sus habitantes de origen celta. En esos combates, salvaría a las huestes romanas de su total aniquilación a manos de una fuertes tribus celtíberas, después de una humillante derrota militar, a través de un gran tratado diplomático que el senado romano consideraría vergonzoso.
Sin embargo, la obra por la que sería recordado para la posteridad la realizaría cuando obtuvo el cargo de Tribuno de la Plebe e intentó cambiar la paupérrima y desoladora condición del pueblo romano, a través de una reforma de una radicalidad sin precedentes. Tiberio Graco se dio cuenta que la pobreza existente era producto de la inequitativa distribución de la riqueza (comprobemos aquí como la historia se repite una y otra y otra vez hasta el hastío) y que para solucionar esto se necesitaba una redistribución de la tierra, que repartiera en muchas más manos los grandes latifundios que estaban en manos de unas poquísimas familias patricias. ¡Y presto! había surgido la primera propuesta de reforma agraria, como tal, que se recuerde. Ésta iniciativa se apoyaba en viejas leyes que Graco desempolvó para darle legitimidad a su propuesta. Por supuesto que en un principio el pueblo se volcó con júbilo y admiración hacía el reformador, lo que inmediatamente perturbó a la alta sociedad romana que acusó a Tiberio de populista, radical y alborotador, que sólo buscaba el poder. Lo cuál no era falso del todo, era obvio que quién pudiera promover y promulgar una ley así se convertiría en un hombre poderosísimo y tendría una fama entre la gente común que podría rivalizar con cualquier héroe anterior de la república. Pero esto no sería así. Las altas esferas romanas se encargarían de manipular a la masa del vulgo, para hacer parecer al joven reformista como un ser malvado y envilecido cegado por la sed del poder, que buscaba proclamarse Rey de Roma; lo cual era de las peores cosas que podría desear para si mismo cualquier ciudadano de la república. Con esto lograrían que el pueblo se volviera en contra de Tiberio con odio, casi tan rápido como se abalanzó alegre hacía él. El otrora defensor de la plebe era ahora su potencial tirano, al que había que detener a cualquier precio. En sus momentos finales, Tiberio fue perseguido por las calles de Roma para después ser linchado a manos de la muchedumbre, ayudada por varios de sus opositores tribunos y miembros del senado, quienes finalmente aventarían su cuerpo a las aguas del Tiber. Sin embargo las reformas de Tiberio tendrían otro breve renacer con su hermano Gayo Graco, como su nuevo promotor, quien correría también con la suerte del hermano primogénito. Al final las cúpulas del poder romano permanecerían con sus intereses intactos. La plebe romana quedaría igual de pobre como había sido siempre y como lo sería hasta el fin mismo de la República y el Imperio.
¿Fueron los hermanos Graco, demasiado radicales? Sin duda lo fueron, por eso mismo me parecen admirables. A pesar de que no puedo dejar de pensar que fue su deseo de prestigio, fama y poder uno de los principales motores de estas reformas. Sin duda una historia irónica y trágica, que aplica al refrán: "No hagas cosas buenas, que te sacarán los ojos". No hagas cosas buenas, que aventarán tu cadáver al río Tiber.
Los hermanos Cayo y Tiberio Graco.

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